El credo de tus caderas

No recuerdo la forma de tu letra, ni la sencillez con la que a lo imposible lo tratabas con la cotidianidad del pan caliente que acompañaba nuestros desayunos… lo que si recuerdo es la importancia de tu pestañeo, la elipse de tus labios cuando leías algo interesante, la profunda respiración que mecía mis latidos y tu pie descansando, en la sorprendida encimera de la cocina, cuando hacías de comer.

Parece que al prólogo del olvido se le resisten todos esos detalles, aparentemente insignificantes, que hacen a las personas tan especiales… tan ellas mismas.

Hoy quiero permitirle a mi soledad que te eche de menos, utilizando todos esos pasajeros recuerdos que te hacen estar presente, existir en esta memoria del tacto que eriza mi piel y reproduce tu olor en mis cerrados ojos.

La vida es una creencia, creer que se tiene o no, perder o creer perder. Reviso la conciencia, esa que habla de lo que te dices que eres, y me asombro… de mis pies repletos de palabras y de mi traje de hombre perfecto para un ser imperfecto.

¿Sabes?, no me asusta la soledad de mis brazos sino la ausencia de ti, la lejanía de la tiránica libertad de tus dedos. La marisma no huele igual cuando no te acaricia el pelo y la cerveza con la que celebrábamos un día más de vida, parece que abotarga los sentidos para traer conmigo a aquella memoria… la del tacto.

El puerto y sus veleros de egoístas mástiles que acarician los cielos parecen reprocharme la falta de sentido de las olas, esas que te esperaban al atardecer en las playas de nuestra ciudad… de mi casa.

Ayer anduve por las aceras de mi vida y sus calles me llevaron a mi hogar, con todas esas torres de cajas, tu mudanza. Los días pasan y voy preparando el camino de tus cosas, para que se encuentren contigo, para que la puerta del camión de transporte ponga el punto y final de la magia.

He aprendido algo, sabes que estás enamorado cuando ayudas a tu amante a que se vaya, para que cumpla con su destino. Cuando aconsejas sobre todos aquellos puntos que le facilitarán su partida y, además, lo acompañas con un rostro despreocupado, donde no se pueda leer que te rompes por dentro; cuando la voz la abrigas con el ánimo que disiparán sus posibles dudas.

Nunca nos contaron que realmente no haya nada que decir, ni tan siquiera lo supimos.

¿Te desvelo un secreto?, ahora estoy volando entre tus caderas, dibujando costillas disfrazadas de dulce piel, susurrando a tus hombros la intención de mis dedos, mezclando mi cuerpo con la palma de tus manos; abrazando con mi culto la tersura de tus piernas… desertando de las palabras y los razonamientos para exiliarme en tu boca, abandonándome entre tus dientes que sacian su hambre de querer, en cada parte que toman de mí.

Y vuelve el día… y el olor a pan caliente.

 

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