Quizás ha llegado ese momento de parar, de no seguir ese camino, porque sencillamente no apetece cuando conoces su fin.
Un momento exacto para deshilachar tu historia, tus pasos, para no tomarte la molestia de volver atrás, porque realmente el caminar tan sólo es una percepción. Me he cansado de rellenar los días, de auspiciar deseos, de reconocerme en el espejo, de llegar a casa y poner un despertador, de creer saber lo que quiero, de acunar la sórdida cotidianidad con la que acepto mis pensamientos y emociones; sin caer en la cuenta de que me transforman en consecuencia de un sinfín de hechos que realmente me son ajenos.
No quiero hacer llorar, lapidar con mis enojos el encanto espontáneo que me brindan los cielos. No quiero una descripción de mi memoria, porque cuenta cosas que fueron, porque narra la forma de algo que no la tiene; porque dice de mí lo que he querido ver, porque susurra vivencias que te lanzan a un futuro conocido por tu pasado.
No es cuestión de lo que soy, sino de lo que no soy.
Si quiero ser esa brizna que se eleva con el viento y no persigue nada, ese parpadeo de las estrellas que tan sólo te dan la paz del silencio. Si quiero desaprender, ser extranjero de mí, olvidar mis rincones y mirar con unos ojos limpios de palabras. Quiero ser Ello para dejar de ser Yo, porque lo que se Es tiraniza con su credo.
Despojar a las palabras de sus pesadas cuerdas y que vuelen para perderse, que aniden en otro lugar. Y no es una cuestión de tristeza, todo lo contrario… ¿a dónde voy?, no lo sé pero me gusta desconocerlo.