Me quise perdido. En ese lado donde los rituales son un conglomerado de repeticiones que dan la seguridad de lo conocido. Saber que todo tiene un sentido, un aspecto reconocible. Sentir que estás en casa, en esa militancia cotidiana de órdenes y participios, de verbos y numeraciones que dan un sentido a la cadencia de los pies. Absolutamente perdido.
Pasar de cero a cien en un segundo, no dejar a la lengua articular palabra, recurrir a un sistema de creencias que piense por mí, que te muestre mi baraja de posibilidades, que te otorgue el derecho a definirme. A todo esto, se le llama conocer a una persona. Ser predecible, pertenecer a una descripción de adjetivos que cuentan al detalle lo que eres.
¿Quién soy yo? Soy lo que nombro. Un universo de palabras contenido en una sintaxis que me piensa, que me siente, que permite que vea en el exterior lo que puedo ver en mi interior. Una luz sin sombra, una ideología sedente, un meteoro que atraviesa mi voz, un espacio sin sitio, un sistema intransigente de oraciones con un único sujeto, una costa sin mar que la erosione, un pulso dentro de otro pulso. Corazón, caparazón, sin razón, oración de mesita de noche que busca una nueva mañana; esa mañana donde ya no esté yo, si no otro. Otro sistema, otra creencia, otras oportunidades para divagar en la luz y la sombra.
Siento miedo. El miedo a lo conocido. Miedo a comprender milimétricamente mi vida. Miedo a ser lo que se espera de mí. Miedo a vivir dentro de adjetivos, adverbios y verbos, oraciones explicativas. Miedo a tener éxito, a seguir este dictado, a ser tan perfectamente perfecto que cumpla cada uno de estos objetivos. Miedo a seguir perdido en estas conocidas reglas.
¿Te imaginas querer sin definiciones?
Me imagino queriendo. No lo termino de entender. Me imagino imaginando otra vida. Algo que me dé más posibilidades dentro de la baraja. Buscando nuevas definiciones. Viajar entre palabras, anexionar nuevos islotes gramaticales que cuenten una nueva versión de mí. Sentir que me verbo, que me quiero. Sentir que broto desde dentro, desde una estela de innumerables palabras. Un nuevo yo para mi antiguo yo. Una carta futura que vare en este presente de mares sin sal.
Mi voz se filtra, deambula como mota de polvo buscando ser una avalancha de ácaros que buscan polvo, un nuevo lugar donde dejarse caer, donde cumplir un trabajo ancestral que se fundamenta en reglas. Más reglas, más sintaxis, más palabras que devoran palabras y que nos hacen sentir. ¿Quién soy yo? Un dictado.
A veces siento que ser uno mismo es un viaje al polo sur. Un lugar poco explorado que encierra ecosistemas de una vida que nos viene grande por extensión y desconocimiento. Ser tundra en una planicie de desierto helado. Ser corazón de ese otro lado que está más allá de la definición de mi nombre.
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Capítulo vigesimonoveno de «El vuelo de las moscas».
Que grande amigo dani. No dejes de escribir/sentir
Muchas gracias, Jesús. Abrazos.