Querer

Querer. Querer por el mero hecho de querer. Pensar que quiero. Querer que pienso. Una maraña de verbos, predicados sujetos a un objeto que quiere querer por encima del querer. Quiero, yo te quiero, querer que me quieras más allá de lo que yo te quiero. 

Déjame.

Me gustaría estar a solas y no sé si hay alguien que habite mi nombre. Me quiero. Me quiero presente, eterno. Sobrevolando el pulso más allá de un corazón. Crear. Crear razones que den cobijo a mis razones para querer. Crear un dios a la imagen y semejanza de mi dios. Soy Dios pues habito en todas mis intenciones para cambiar el mundo. Mi mundo. 

Palabras. Tengo tantas palabras para justificar mis palabras que apenas me caben en la cabeza. Etiquetas, suposiciones, intuiciones y al final de todo siempre una creencia. Una salida por la puerta de atrás cuando algo no tiene explicación. Una balanza soñada y añorada por el sueño de los justos, por promesas incontables. Un sentirse bien porque mi creencia me da el sustento que pienso que necesito. 

Añorar. Añorar es un verbo salado que alberga dulces recuerdos. Experiencias, la memoria de la memoria, aquellos quereres que parecían tan eternos como quiero pensar que lo seré yo. Añorar es el interrogante de mi duda sobre la existencia. Es hacer presente la vida que siento que pasa. Creer. Querer.

Aquel cuatro de mayo del 2000 el virus ILoveYou infectó de querer a unos cincuenta millones de ordenadores, provocando pérdidas de 10.000 millones de dólares. Internet se sumió en un profundo colapso. 

En un inconsciente remoto entendimos los riegos que conlleva la conjugación del verbo querer. 

Ven. Necesito tanto que me quieras, necesito que me veas. Quiero que me digas que la cara que veo en el espejo existe tanto como mis palabras, mis propias palabras que piden que vengas. Ven. Ven y quiéreme. Hazme eterno. 

Siento que existo en una nada tan inquietante como el querer de la mismísima existencia. Quién es quién. Quizás la nada exista porque la nombro. Quizás yo existo porque me quiero nombrar. 

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Capítulo vigesimoctavo de «El vuelo de las moscas».

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