Demasiado cotidiano. Los días son tibios. Moscas y mosquitos en un ritual fuera de su tiempo, en una oda visceral que se vierte en mi noche. No quiero mirar ese hueco que se abre entre mi garganta y las manos. La sequía se ha instalado en la comisura de los labios. No hay cambio. Todo es una eterna certeza. Sé qué hay detrás de mi. Conozco el sonido de todas esas bisagras. Un laberinto de comportamientos finitos que se repiten sin cesar, sin dejar un trozo de tierra libre. Una cuenta atrás. A veces, pienso eso. Una carrera de fondo, donde sólo queda el que mejor respire. Los límites los justificamos en la vida que nos hemos confeccionado. No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré. La sequía, también, ha llegado a mis ojos. Grietas. Papiroflexia. La piel cuartea lo que se pierde en mi atlas. No puedes hundirte. No hay agua. El desierto es un estilo de vida.