Cucharas quemadas

Nuestras tardes recorrían vías de tren, vagones donde colarse sin pagar y unos cigarrillos que partían nuestra adolescencia. Era nuestra particular manera de resolver las cosas por la calle de en medio.

Mi barrio olía a cucharas quemadas, a tardes de abandono, a risas romas donde los dientes negros asomaban a la ventana de la inocencia. Los noventa corrían a lomos de un caballo de fuego, de unas zapatillas deportivas que documentaban tu escala social.

Mientras tanto, el mudo, rompía la noche preparando papelas; luces encendidas que invitaban al espanto. Escalera para no recorrer en la media noche. Yo escribía, soñaba con ser poeta. El futuro se abría para los valientes, para los que teníamos miedo al maravilloso mundo que titilaba más allá de los libros.

Os recuerdo en vuestra buena muerte, en la heroinómana sombra de la vida. ¿Qué habría sido de vosotros en otro tipo de partida?

Hoy pensaba en el barrio que me vio nacer. Hoy viajaba en el recuerdo de los pantalones ajustados, los peines que asomaban en los bolsillos traseros, la laca y aquellas famosas zapatillas.

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Capítulo cuarto de «El vuelo de las moscas».

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