Aquella madrugada desembarcaste en nuestra costa. Niñita de sales profundas, de ojos almendrados, de manto de estrellas, de soledades que cruzan la tierra llenándola de lluvia.
Aquel sotavento te trajo desnuda. Larga travesía que cruzaba todos los rincones de nuestra memoria.
Una respiración abisal, un encuentro con el todo de esta enorme nada que habitaba en mis pies.
Esa luz que nace en tu cielo, refleja la piel lechosa de unos párpados que buscaban el beso marino de tu silencio.
Versos a Julia, primera parte.