Razones para no atender a razones

Buscando mi piel en otras manos que me dejen ronco templo de miserias desterradas. Con esta sonrisa quieta que teje luna en la montaña. Mi barba troquelada por dedos pensativos. 

Necesito respirar, divisarme en otra latitud. Salvar la distancia del inerte silencio que abre de par en par la soleada temeridad de unos pies descalzos, que se piensan en su destino.

Se abre cordillera entre lunares que miran estrellas.

La noche no me quiere dormido, se tiñen azules los pensamientos que esculpen mi madrugada. ¿Qué tengo que contarme que tanto me sudan los sueños? Quiéreme así, como un animal desorientado.

Necesito respirar, sabiéndome de mis nubes en reposo. 

Animales, miles de animales, millones de animales hambrientos en abandono directo a la necesidad.

Me pliego, papiroflexia contenida que nace en mis labios.

Razones para no atender a razones. Juego de azar que da forma a mi memoria.

Las palabras las prefiero sueltas, cacería comprometida con bestias, miles de bestias, millones de bestias hambrientas de sí mismas. ¿Qué pasaría si nos mirásemos sin el sueño de gustarnos?

La intención no es más que sentirnos parte de la ecuación. Nunca se me dieron bien las matemáticas.

Me gusta septiembre y su falsa promesa de refrescarme los días.

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Capítulo segundo de «El verano de las lombrices».

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