Me dejaba ir en aquella inmensidad, en la trepidante quietud de tu silencio varado; en la abisal memoria que trepa mi atlas, cuando no distingo más allá de una paleta de azules. En el agua todo se siente distinto. Es como reencontrarte con una parte de ti que abarca más allá de lo que piensas sobre ti mismo. Me imaginé izando velas que me llevaran a aguas someras. Un paraíso perdido con el sabor de la tierra en los pies. Me soñé desnudo en una playa de arena blanca. Caminar por el simple hecho de caminar. Dejar de mirarte un rato y permitirme una porción de descanso.
Aquel ocho de marzo de 2020 salimos a reivindicar nuestro derecho a la igualdad. Decidimos seguir apostando por la incesante búsqueda de un país donde no hubiesen diferencias basadas ni en el sexo ni en ningún otro aspecto que nos dividiese como sociedad. Estamos cansados de todos estos bastardos que abogan por el divide y vencerás. Hastiados de esta piara de cerdos que buscan ubres donde engordar por encima de todo, por encima de todos. Poder por poder, quítate que me pongo yo, muérete que me salvo yo; impunidad ante responsabilidades que debieran condenarse sin temor a la duda.
Aquellos oportunistas se crecían en el desconcierto de los positivos, en la nueva partida que se abría en nuestro tablero de ajedrez. No perdieron ni un minuto, ni un mísero minuto en dejar correr la rabia que los vio nacer. Apuntaron que aquella manifestación fue uno de los detonantes más peligrosos de los brotes de contagiados. Al final siempre hablamos de lo mismo, abrir una brecha insondable, sembrar la duda, separar movimientos que den cohesión y valores plurales a una sociedad infectada de machismo, engaños, brechas salariales y juegos de poder.
A veces me planteo que tenemos toda la mierda que necesitamos. España destaca por dejarse hacer, por dejarse manipular, por aguantar, por humillarse y aceptar los abusos. Si siempre hemos despuntado por esto, ¿qué pasara ahora con todas esas manifestaciones que no deban aconsejarse por cuestiones de contagios? ¿Dónde acaba y dónde debió comenzar nuestro derecho a no llevar mordaza? Aquel ocho de marzo fuimos imprudentes por salir a manifestarnos pero, ¿qué pasó con todos aquellos mítines políticos, copa del Rey de balonmano, partidos de futbol, conciertos y eventos que se dieron el mismo día?, ¿cuál es la diferencia?
No sé cuánto tiempo llevo en esta inmensidad, en este medio que tan pequeño me hace sentir, que tan falto de equilibrio me deja. En realidad, te acostumbras. Te piensas pez en el agua, te permites sangrar los labios con la sal; tostar la piel hasta dejar grieta. Te sientes bien. En tu medio natural, en la realidad en la que acostumbras estar. Sin embargo un día, ves un madero en el agua. Un trozo de madera que desvirtúa la realidad del horizonte. ¿Por qué no?, sería fantástico apoyarme un rato, descansar, abandonarme sin temor a hundirme. Esta relativamente cerca de mis dedos.
La sorpresa es ver cómo se hunde cuando estás apunto de alcanzarlo. Verlo desaparecer como una sombra bajo los pies. Es ahí, en ese justo instante, cuando te das cuenta de todo lo cansado que estás. Cuando te percatas que tu medio natural no es el agua porque tus pies sueñan con arena. Que la vida que vives no es la tuya. Que las responsabilidades que te subyugan no te pertenecen. Que tienes derecho al descanso, a no creerte lo que te dicen, a levantarte en protesta con la poca energía que te queda. Es el día perfecto para sentirte triste, para permitirte estar triste sin rellenar las emociones con ninguna bazofia cercana. Romperte en pedazos, en pequeños pedazos que hagan un Universo paralelo, un mundo constelado con un nuevo sol, una nueva historia. Es un día para recordar que de nuestra unión, debiera nacer la fuerza.
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Capítulo vigésimoquinto de «El vuelo de las moscas».