Aquella memoria siempre se abría en la media noche. La manera en que me veía me familiarizaba con aquella toxicidad que vertía tu boca. No bastaba con la entrega de mis costillas ni la puta calor de aquel verano; también nos deshojábamos por la noche en nuestra particular ruleta rusa de pasiones y erosiones. En esa raíz sacada del tiesto donde del odio saltábamos al te quiero.
Más allá de aquel desierto, reposaba mi mar sereno. Siempre se me ha dado bien el giro de tuerca. La vida remota que va más allá de esos buenos días que más que llenar, rellenan.