Los recuerdos alteran mi conciencia para soñar
evitando que el traicionero olvido
se atrinchere en mi cabeza.
Muchas de nuestras preguntas presentes
serán respondidas en un futuro incierto,
donde no se si tus pies
pisarán las aceras de mi vida.
Mientras tanto el sol de la ventana se diluye,
ramificándose en las azules formas,
que se deslizan en tu cama;
dibujando en nuestras piernas
un mapa de direcciones,
donde la orientación la marcan nuestras bocas.
Y tú, con esa sonrisa extendida que me viste de olores,
adormeciendo a ese Yo que se deshilacha,
para desintegrarse en un despiste pasajero
del que no quiero salir.
Un delirante ensueño donde las palabras
naufragan en las corrientes de la saliva,
en las profundidades de esas miradas que no esperan
y lo esperan todo.
Con la idolatrada magia de los latidos,
que van más allá de unos pechos rebosantes de miel.
Ahora que guardamos silencio en esta avenida de costillas,
en esta mitológica inexistencia poblada de quietud;
nuestras manos navegan para encontrarse en alta mar,
donde nadie conoce nuestros nombres,
donde nosotros mismos trascendimos en la nada más bella.