Solíamos dejar la gloria en ese apartado donde todo tenía cabida.
No tenía sentido desvelar misterios que no tuviesen que ver con la naturaleza de la piel.
Nunca hemos juzgado un sueño por su punto irrealizable, si no por la poca realidad que dejaba en nuestras manos.
Entender la vida como latido, como precipicio. Hacer apología de clavículas, de besos, de sonido a tierra. La polinización del deseo como un punto de partida.
Guárdame en ese silencio. Quiéreme en ese rito que se vierte en la cintura.