A ti que juzgas mis manos con el dedo,
a ti que decides la justicia a golpe de pecho
sonoro, como el vacío bíblico que recopilan
los dioses sin rostro descubierto.
A ti que pones sentido a mi inquietante
necesidad de olvido y soles rumiantes,
solamente a ti… que adoras mis errores
como redentores de tus culpas…
te dedico la razón de mi latido.
De este lado, no hay cuerpo para sublimarse,
no hay guarida que te preñe el deseo en silencio;
tan sólo una interminable vereda que se abre
al sentido de la arquitectura de la piel.
De tu lado tan sólo tienen cabida los conceptos.