El 1 de agosto de 2001 dijimos adiós al plomo que transitaba nuestras calles. El Consejo de Ministros prohibió la comercialización de la gasolina súper 97. Según Naciones Unidas la erradicación del combustible con plomo supuso poder salvar a más de un millón de personas y reducir un impacto medioambiental evidente. Sin embargo, Argelia no agotó sus reservas hasta 2021.
¿Qué son veinte años?, ¿cuál es legado real de un tiempo pasado?
Los homo sapiens llevamos habitando el planeta desde hace más de 200,000 años. Somos el centro del mundo, aunque lo que entendemos por mundo tiene una edad de unos 4500 millones de años. ¿Qué somos exactamente?, ¿por qué tenemos tanta añoranza de vida a pesar de llevar tan pocos pasos dados?, ¿quién trajo a esas deidades eternas?, ¿por qué molesta tanto perder el tiempo?, ¿quién dicta la importancia y el contenido de ese tiempo?, ¿por qué el peso de mi palabra tiene más relevancia que toda esa vida previa que derivó en la nuestra?
Idas y venidas, claxon de madrugada, metas, proyectos, explicaciones que hablan de nada, el dinero y la creencia de su valor. Segundo café que si no me duermo. Ansiolítico de las 12 de la mañana, despidos, juramentos, besos, selfie sonriente y aguacate como sol naciente. Los cuarenta son los nuevos veinte, gimnasio, terapia, extraescolares, niñitos y niñitas de tendencias insurrectas pendientes de domesticar. Ahora tenemos tiempo, serie de corte terrorífico y catastrófico, madrugadas sin pegar ojo, pastillas de mesita de noche y vuelta a empezar.
Me pregunto ahora que cruza la media noche cómo sería cazar. Cómo sería oler tu sangre para saciar mi hambre. No sé qué sería de mi cuerpo sin sus intolerancias, sin sus comidas procesadas, sin los intestinos inflamados, sin la serotonina mermada por una alimentación que no tiene que ver conmigo. No sé por qué tendría que pagar para vivir. No sé por qué tendría que vivir para pagar.
Hay tantas cosas por hacer que nos falta tiempo, tantos detalles y notificaciones por atender que no nos da la vida para vaciar una bandeja de entrada que no deja de crecer.
La realidad es que no queremos tiempo libre. No queremos entender el contexto en el que vivimos. No deseamos pensar sobre la vida que aceptamos desde la cuna. Imagínate quedarte a solas contigo. Qué horror. ¿Y ahora qué?, ¿qué puedo hacer?, me aburro. Han pasado dos horas, he perdido dos horas de mi puto día pensando en que me aburro. ¿Quedarme conmigo?, ¿yo?
¿Por qué debiera existir eternamente sin ni tan siquiera quiero quedarme a solas conmigo?
La Súper 97 nos fue matando con el odio de su plomo, con la asfixia de su prisa. 100 años de soledad, un crucifijo devorado por el laicismo de su memoria, una historia de motores encendidos; de no parar.
Sé que si partiese el cordón umbilical que me une a mi cultura me quedaría de este lado donde, en principio, todo estorba. Imagina beber cuando realmente tienes sed, pasear sin una meta, abrazar desde el abrazo, comer fruta de temporada, estar a solas. Sí. Estar a solas, eso que tanto miedo da. Imagina vivir una vida no inventada, donde el máximo capital es mirar alrededor de ti mismo y aceptar tu espacio finito. Imagina ser grano de arena en un desierto y su varada memoria oceánica. Quizás, sólo quizás, la vida nos parecería larga. En su justa medida. No se trata de saber de dónde vengo ni a dónde voy si no en cómo vivir el tiempo que se nos ha dado. No va del miedo a desaparecer, si no de la oportunidad de contribuir al equilibrio. No es cuestión de temer a la muerte, de caer en la nada porque… la realidad es que vivimos en medio de la nada. ¿Qué es la consciencia? Pues imagino que algo parecido al tiempo, una percepción de algo que no terminamos de entender. Puede que tampoco se trate de entender, quizás sólo sea una cuestión de ser.
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Capítulo vigesimoséptimo de «El vuelo de las moscas».