La hora de las musas

Y allí te quedaste,

entre las nostalgias y las soledades;

el tabaco y los tinteros,

que tatúan los dedos de noches.

Haciéndote un hueco entre mi lujuria

y el cenicero de los cigarros devorados;

entre la libreta, con intenciones de diario, y

la prematura vejez de estas manzanas

nacidas antes de tiempo.

A veces el silencio adopta la forma

de unas plañideras que acogen como saldo,

a un remoto recuerdo, que se deleita aún

con las formas de tus manos.

Ahora sólo existes aquí,

en el cuerpo de un poema que posiblemente no leas;

en la intimidad de los huecos de mi historia,

en esta consciencia donde mis ojos reciben

la recompensa de haber nacido.

Donde los sueños se renuevan en las ausencias

con este cántico de sirenas que pueblan mi pecho,

con este vacío que absorbe deseos,

que no muestra nada más allá de las lindes de mi piel.

Ya no hace falta que nos forcemos en ser extraños,

que presumamos de indiferencia, que creamos

que lo sabemos todo con la certeza de un sabio.

Quiero escribir algo, quiero creer que algún día

leerás todo esto sin jueces ni jurados hambrientos de condenas:

La soledad es el único momento en el que estoy

acompañado de mí mismo, en el que estoy dispuesto a oír

todo lo que tengo que decirme y entre todo lo que me digo…

una de las cosas es que me hubiese gustado vivir contigo.

 

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