Soy testigo de mi, de mi hambre mineral, de la tierra que le prometí a mis pies.
No me gusta esperar. Se trata de mi fuego.
La puerta está abierta y me mete ese frío inconsolable en el cuerpo.
Me gustan esos fósiles, los que huelen a marisma, los que hablan de esas tempestades de sedimentos tranquilos.
Los soles de octubre sueñan con lluvia.
No soporto los archivos y sus legiones de cajas rancias de polvo seco. Rezuman páginas amarillas. Tendemos a guardar la asfixia.
Quiero que queden cosas por hacer, manos como lienzos blancos.
¡Los sueños plomizos pesan tanto!
A veces… a veces tan sólo me derramaría en esa parte que no estructuré de mi. Allí, depositado en una inmensa llanura que sueña con los soles de octubre. Un jirón de silencios que duerme al raso.
Los instintos no necesitan hablar.
Soy octubre, el octubre de una ciudad sureña. Octubre no necesita hablar.
Las palabras piensan que sienten, las palabras te cuentan, las palabras no oyen. Las palabras son miedos, los testigos que no entienden la importancia de octubre.
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Capítulo cuarto de «El verano de las lombrices».
Precioso poema….felicidadesss
Muchas gracias,Nuria. Te mando un abrazo!
Que pasada, me encanta. Muchas gracias.
Gracias a ti, por pasar. Amigo mío.