Los gajos de la boca germinan
en trementina de piel desbocada
por surcos poblados de voces.
Los dedos son un esqueleto varado
devorado por negligencia costumbrista.
Corazones a bordo de una particularísima
cuchilla navegando por espejos que no cuentan nada.
Todo lo que sé de mí, se lo debo al olvido
que reparte a partes iguales los retales de tiempo
que sonrojan mi cara con las razones que nunca doy.
En este yo no hay cabida ni para mí
ni para el orden de las cosas.
En este silencio vertebrado
la vigilia es una forma de vida
donde la ribera de tus caderas
comparten mi muerte a cada palmo
de desaparición y sudor
que se desprenden de mis pestañas.
Abrázame para cuando me haya ido
porque mi regreso no se acompaña de formalismos.