Cuando no escribes la historia
no significa que formas parte
del recuerdo de un vencido,
ni tan siquiera perteneces
a un propósito cargado
de intenciones.
Nunca tuve la paciencia
de tener un diario;
una fecha documentada,
que me cuente por entregas,
unos hechos dispuestos
a definir de manera precisa
lo que creo que soy.
Nunca he servido para
recordar los nombres,
que se apilan silenciosos,
entre las costumbres
y la muchedumbre baldía
de mis historias…
del deshojado deseo.
Todo eso ocupa un lugar
impreciso entre mis costillas
y la piel de las noches
que buscan lunas solitarias;
donde los juicios se aparcan
bajo el sonido de mi culto
por el olvido y los sabores.
Tinteros, cientos de tinteros
que prometen no contar
nada más allá de los
vestigios de Eva…
de su sonrisa nacida,
de sus dedos distraídos,
de su apuesta por ella.
Ya no necesito deleitarme
con la oxidación de una brújula,
con los poemas que vienen
sin fechas y sin dedicatorias.
Tan sólo respiro con una
sonrisa primigenia.