La perdición se medía en siglos, en garabatos de tiempo transformados en besos, en la pasión hecha un pincel navegando en óleos; una llovizna de aceite de linaza que nombrara tu nombre en los colores imposibles que me abrían el pecho. La perdición tiene una especial memoria, una locura vestida de gramo, una medida exacta que no se puede completar. Sí, la perdición tiene raíces que se hunden en entrañas terrosas de bosques antiguos. La perdición tiene nombre y un latido, ese latido que entierro en mi jaula de huesos. La perdición eres tú.