A veces, me dejaba morir

A veces me dejaba morir, entre la sordidez de aquel deseo y el pan caliente que cerraba mi noche a cal y canto. Quizás fueron los vertederos. Nunca entendí porqué tragaban tanta mierda sin poner resistencia. Los días se extendían sin remedio mientras los gatos lamían gramos de polvo que cargaban gramos de polvo, repletos de esa obsolescencia programada que tanto asco me daba.

¿En qué punto quise morder mis dedos para saberme dentro?

Me pesa, a veces, me pesa el cuerpo. Ojos, ojos repletos de noche y las bondades de los bostezos.

Quisiera ser el Sol y abrasar con mi duda al engaño de todas esas creencias que son conformistas.

Hoy las pestañas saben más que nunca que cuando miro no puedo ocultar mi hueco en el mundo, mi espacio omnipresente. Que cuando digo quiero, puedo. Que cuando dejo los perros correr se pierde la bondad de una boca  que siempre anda con hambre.

¿Has sentido alguna vez ese hambre?, ¿hambre de todo?, ¿esa que nunca se acaba?

Hoy lo mares me piden costas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *